So lebte
Nase beinahe zwei Jahre in äußerlichem
Wohlleben und Ehre, und nur der Gedanke
an seine Eltern betrübte ihn; so lebte
er, ohne etwas Merkwürdiges zu erfahren,
bis sich folgender Vorfall ereignete. Der
Zwerg Nase war besonders geschickt und glücklich
in seinen Einkäufen. Daher ging er,
so oft es ihm die Zeit erlaubte, immer selbst
auf den Markt, um Geflügel und Früchte
einzukaufen. Eines Morgens ging er auch
auf den Gänsemarkt und forschte nach
schweren, fetten Gänsen, wie sie der
Herr liebte. Er war musternd schon einigemal
auf und ab gegangen. Seine Gestalt, weit
entfernt, hier Lachen und Spott zu erregen,
gebot Ehrfurcht; denn man erkannte ihn als
den berühmten Mundkoch des Herzogs,
und jede Gänsefrau fühlte sich
glücklich, wenn er ihr die Nase zuwandte.
Da sah er ganz am Ende einer Reihe in einer
Ecke eine Frau sitzen, die auch Gänse
feil hielt, aber nicht wie die übrigen
ihre Ware anpries; zu dieser trat er und
maß und wog ihre Gänse.
Sie waren, wie er sie wünschte, und
er kaufte drei samt dem Käfig, lud
sie auf seine breiten Schultern und trat
den Rückweg an. Da kam es ihm sonderbar
vor, daß nur zwei von diesen Gänsen
schnatterten und schrien, wie rechte Gänse
zu tun pflegen, die dritte aber ganz still
und in sich gekehrt dasaß und Seufzer
ausstieß und ächzte wie ein Mensch.
"Die ist halbkrank", sprach er
vor sich hin, "ich muß eilen,
daß ich sie umbringe und zurichte."
Aber die Gans antwortete ganz deutlich und
laut:
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Así
vivía Narizotas casi dos años
una buena vida y respetado, y sólo
el pensar en sus padres le afligía.
Así vivía, sin experimentar
nada especial, hasta que ocurrió
el siguiente suceso.
El enano Narizotas hacía sus compras
con especial habilidad y fortuna. Por esta
razón, cada vez que el tiempo se
lo permitía, iba al mercado él
mismo para comprar aves de corral y fruta.
Una mañana fue también al
mercado de las ocas, en busca de ocas muy
cebadas, como gustaban al señor.
Ya había pasado examinando algunas
veces de arriba abajo con sus compras. Su
figura, que aquí no producía
risas y burlas, imponía sin embargo
respeto, porque reconocían en él
al famoso cocinero del palacio del duque,
y cada una de las vendedoras se sentía
contenta si volvía hacia ella la
nariz.
Entonces vio que muy al final de una fila,
en una esquina, estaba sentada una mujer,
que también ponía ocas a la
venta, pero no pregonaba como las otras
su mercancía. Hacia ésta se
dirigió, midiendo y pesando sus ocas.
Eran como las buscaba, y compró tres
con jaula, las cargó sobre sus anchos
hombros y emprendió el camino de
regreso. Al poco le pareció raro
que sólo dos de las ocas graznaban
y chillaban, como suelen hacer ocas auténticas;
en cambio la tercera permanecía encogida,
muy callada y ensimismada, gimiendo y dando
suspiros como una persona.
-Ésta está medio enferma-
se dijo mientras caminaba. -Tengo que darme
prisa en matarla y prepararla.-
Pero la oca contestó con voz alta
y clara
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