Aber die
Vögel waren nicht die einzigen lebenden
Geschöpfe, die hierher kamen. Der Hirsch,
das Eichhörnchen, die Antilope und
Hunderte von anderen Tieren, flüchtig
und schön, waren hier zu Hause. Ein
großer, duftender Garten war ja des
Baumes Krone, und innen, wo sich die allergrößten
Zweige wie grüne Höhen emporstreckten,
lag ein kristallenes Schloß mit einer
Aussicht auf alle Länder der Welt.
Jeder Turm hob sich liliengleich, durch
den Stengel konnte man emporsteigen, denn
es waren Treppen darin. Da kannst du es
wohl auch verstehen, daß man auf die
Blätter hinaus treten konnte, die Altane
bildeten, und oben, in der Blume selbst,
war der herrlichste, strahlendste Festsaal,
der als Dach nichts anderes als den blauen
Himmel mit Sonne und Sternen hatte. Ebenso
herrlich, nur auf eine andere Weise, waren
die weitläufigen Säle. Hier spiegelte
sich an den Wänden ringsum die ganze
Welt ab. Man konnte alles dort sehen, was
geschah, so daß man keine Zeitungen
zu lesen brauchte, die gab es hier auch
nicht.
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Pero no
sólo acudían las aves. El ciervo,
la ardilla, el antílope y otros mil
animales veloces y hermosos se sentían
allí en su casa.
La copa del árbol era un gran jardín
perfumado, y en ella, el centro de donde las
ramas mayores irradiaban cual verdes colinas,
se levantába un palacio de cristal,
desde cuyas ventanas se veían todos
los países del mundo. Cada torre se
erguía como un lirio, y se subía
a su cima por el interior del tallo, en el
que había una escalera. Por eso también
puedes comprender fácilmente que las
hojas venían a ser como unos balcones
a los que uno podía asomarse, y en
lo más alto de la flor había
una gran sala circular, brillante y maravillosa,
cuyo techo era el cielo azul, con el sol y
las estrellas. No menos soberbios, aunque
de otra forma, eran los vastos salones. Aquí
en las paredes se reflejaba el mundo entero.
En ellas podía verse todo lo que sucedía,
y no hacía falta leer los periódicos,
los cuales, por otra parte, no existían.
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