Der kleine
Koch suchte nun seine ganze Kunst hervor.
Er schonte die Schätze seines Herrn
nicht, noch weniger aber sich selbst. Denn
man sah ihn den ganzen Tag in eine Wolke
von Rauch und Feuer eingehüllt, und
seine Stimme hallte beständig durch
das Gewölbe der Küche; denn er
befahl als Herrscher den Küchenjungen
und niederen Köchen. Herr! Ich könnte
es machen wie die Kameltreiber von Aleppo,
wenn sie in ihren Geschichten, die sie den
Reisenden erzählen, die Menschen herrlich
speisen lassen. Sie führen eine ganze
Stunde lang alle die Gerichte an, die aufgetragen
worden sind, und erwecken dadurch große
Sehnsucht und noch größeren Hunger
in ihren Zuhörern, so daß diese
unwillkürlich die Vorräte öffnen
und eine Mahlzeit halten und den Kameltreibern
reichlich mitteilen; doch ich nicht also.
Der fremde Fürst war schon vierzehn
Tage beim Herzog und lebte herrlich und
in Freuden. Sie speisten des Tages nicht
weniger als fünfmal, und der Herzog
war zufrieden mit der Kunst des Zwerges;
denn er sah Zufriedenheit auf der Stirne
seines Gastes. Am fünfzehnten Tage
aber begab es sich, daß der Herzog
den Zwerg zur Tafel rufen ließ, ihn
seinem Gast, dem Fürsten, vorstellte
und diesen fragte, wie er mit dem Zwerg
zufrieden sei.
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El pequeño
cocinero sacó entonces a la luz todo
su arte. No escatimó las riquezas
de su señor, pero menos aún
su propia persona. Pues se le veía
el día entero envuelto en una nube
de humo y fuego, y su voz resonaba sin cesar
en la bóveda de la cocina, pues como
un señor daba órdenes a los
pinches y cocineros inferiores.
¡Señor! Podría hacerlo
como los camelleros de Alepo, cuando en
las historias que cuentan a los viajeros
hacen que sus personajes coman en abundancia.
Relatan a lo largo de una hora entera todods
los manjares que se sirven y despiertan
así en sus oyentes gran ansia y hambre
aún más grande, de manera
que éstos abren sus provisiones involuntariamente
y preparan una comida y la reparten con
los camelleros; pero yo no haré así.
El príncipe extranjero llevaba ya
catorce días en la casa del duque
y se daba una vida llena de placer y alegría.
Cada día hacían no menos de
cinco comidas y el duque estaba satisfecho
con el arte del enano, pues veía
la satisfacción reflejada en la frente
de su huésped. Al decimoquinto día
sucedió que el duque hizo llamar
al enano a su mesa, lo presentó a
su huésped, el príncipe, y
preguntó a éste si estaba
contento con el enano.
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