Nun will
ich es versuchen!", sagte der Dritte,
"ich habe eine feine Nase!" Das
war nun nicht gerade fein gesagt, aber es
war seine Art, und man muß ihn hinnehmen,
wie er war. Er war die Verkörperung
der guten Laune und dazu ein Dichter, ein
wirklicher Dichter; er konnte singen, was
er nicht zu sagen vermochte. Seine Auffassungsgabe
überstieg die der anderen an Schnelligkeit
bei weitem. "Ich rieche Lunte",
sagte er wohl bei Gelegenheit, und es war
der Geruchssinn, der bei ihm in hohem Grade
entwickelt war und ihm ein großes
Gebiet im Reiche des Schönen zusicherte.
"Einer liebt den Äpfelduft und
einer den Stallduft!", sagte er. "Jedes
Duftgebiet im Reiche des Schönen hat
sein Publikum. Manche fühlen sich heimisch
in der Kneipenluft beim Qualm des Talglichtdochtes,
wo der Schnapsgestank sich mit schlechtem
Tabaksrauch vermengt, andere sitzen lieber
im schwülen Jasminduft oder reiben
sich mit starkem Nelkenöl ein.
Einige suchen die frische Seebrise auf,
andere wieder steigen zu den hohen Bergesgipfeln
hinauf und betrachten von oben das geschäftige
Leben und Treiben der andern!" Ja,
so sagte er. Es war fast, als sei er schon
früher in der Welt draußen gewesen,
hätte mit den Menschen gelebt und sie
erkannt, aber diese Weisheit kam aus ihm
selbst, es war die dichterische Gabe in
ihm, die ihm der liebe Gott als Geschenk
in die Wiege gelegt hatte. |
-Ahora
voy a probarlo yo -dijo el tercero. Tengo
una nariz finísima. La expresión
no era muy correcta, pero así la
soltó, y hay que aceptarlo como era,
el buen humor en persona y, además,
poeta, un poeta de veras.
Sabía cantar lo que no sabía
decir, y en rapidez de entendimiento dejaba
a los otros muy atrás
-¡Huelo el poste! -decía si
se presentaba la ocasión; y, en efecto,
su sentido del olfato estaba maravillosamente
desarrollado y le servía de guía
en el reino de la belleza
-Hay quien goza con el olor de manzanas
y quien se deleita con el de un establo-
decía. Cada tipo de olor tiene su
público en el reino de la belleza.
Unos se sienten en casa al respirar el aire
de la taberna, viciado por el humeante pábilo
de la vela de sebo, y en el que los apestosos
vapores del aguardiente se mezclan con el
humo del mal tabaco; otros prefieren un
aire bochornoso, perfumado de jazmín,
y se frotan con la más intensa esencia
de clavel que pueden encontrar. Algunos,
en cambio, buscan la fresca brisa del mar,
otros suben a las elevadas cumbres, desde
donde contemplan a sus pies el afanoso ajetreo
cotidiano. Decía todo esto. Era casi
como si hubiese estado antes en el mundo,
vivido y tratado con los hombres. Pero,
en realidad, todo era teoría.
Quien así hablaba era el poeta, haciendo
uso del don que Dios le otorgara en la cuna.
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