Die Frau
des Schusters betrachtete dieses Weib aufmerksam.
Es waren jetzt doch schon sechzehn Jahre,
daß sie täglich auf dem Markte
saß, und nie hatte sie diese sonderbare
Gestalt bemerkt. Aber sie erschrak unwillkürlich,
als die Alte auf sie zuhinkte und an ihren
Körben stillstand.
"Seid Ihr Hanne, die Gemüsehändlerin?",
fragte das alte Weib mit unangenehmer, krächzender
Stimme, indem sie beständig den Kopf
hin und her schüttelte.
"Ja, die bin ich", antwortete
die Schustersfrau, "ist Euch etwas
gefällig?"
"Wollen sehen, wollen sehen! Kräutlein
schauen, Kräutlein schauen, ob du hast,
was ich brauche", antwortete die Alte,
beugte sich nieder vor den Körben und
fuhr mit ein Paar dunkelbraunen, häßlichen
Händen in den Kräuterkorb hinein,
packte die Kräutlein, die so schön
und zierlich ausgebreitet waren, mit ihren
langen Spinnenfingern, brachte sie dann
eins um das andere hinauf an die lange Nase
und beroch sie hin und her. Der Frau des
Schusters wollte es fast das Herz abdrucken,
wie sie das alte Weib also mit ihren seltenen
Kräutern hantieren sah; aber sie wagte
nichts zu sagen; denn es war das Recht des
Käufers, die Ware zu prüfen, und
überdies empfand sie ein sonderbares
Grauen vor dem Weibe. Als jene den ganzen
Korb durchgemustert hatte, murmelte sie:
"Schlechtes Zeug, schlechtes Kraut,
nichts von allem, was ich will, war viel
besser vor fünfzig Jahren; schlechtes
Zeug, schlechtes Zeug!"
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La mujer
del zapatero observaba atentamente a esta
mujer. Había ya dieciséis
años que todos los días iba
a sentarse al mercado y nunca antes había
visto a esta figura extraña. Pero
se asustó involuntariamente cuando
la vieja se acercó cojeando y se
detuvo delante de sus cestos.
-¿Sois Hanne, la verdulera?- preguntó
la vieja mujer con desagradable voz semejante
a un graznido, sacudiendo sin cesar la cabeza
de un lado para otro.
-Sí, soy yo- respondió la
mujer del zapatero, -¿en qué
puedo serviros?
-¡Vamos a ver, vamos a ver! Mirar
hierbecillas, mirar hierbecillas, vamos
a ver si tienes lo que necesito-, contestó
la anciana, doblándose delante de
los cestos y, revolviendo en el cesto de
las hierbas con sus manos de color marrón
oscuro y feas, iba cogiendo con sus largos
dedos de araña las hierbas que estaban
expuestas con tanta gracia y delicadeza,
acercaba unas y otras a su larga nariz y
las oliscaba por diferentes lugares. A la
mujer del zapatero casi se le partía
el corazón viendo cómo la
mujer iba manejando sus hierbas raras, pero
no se atrevía a decir nada porque
el comprador tenía derecho a examinar
las mercancías y, además,
la mujer le infundía un extraño
pavor.
Al haber revuelto todo el cesto, murmuró
ésta
.mala mercancía, mala hierba, nada
de lo que quiero; era mucho mejor hace cincuenta
años; ¡mala mercancía,
mala mercancía!
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