"Junger
Herr", erwiderte der Vater mit Ernst,
"Ihr habt nicht gerade eine Gestalt
empfangen, die Euch eitel machen könnte,
und Ihr habt nicht Ursache, alle Stunden
in den Spiegel zu gucken. Gewöhnt es
Euch ab, es ist besonders bei Euch eine
lächerliche Gewohnheit."
"Ach, so laßt mich doch in den
Spiegel schauen", rief der Kleine,
"gewiß, es ist nicht aus Eitelkeit!"
"Lasset mich in Ruhe, ich hab' keinen
im Vermögen; meine Frau hat ein Spiegelchen,
ich weiß aber nicht, wo sie es verborgen.
Müßt Ihr aber durchaus in den
Spiegel gucken, nun, über der Straße
hin wohnt Urban, der Barbier, der hat einen
Spiegel, zweimal so groß als Euer
Kopf; gucket dort hinein, und indessen guten
Morgen!"
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-Joven
señor- contestó el padre con
seriedad, -no habéis recibido una
figura que pudiese haceros vanidoso y no
tenéis motivo para miraros a todas
horas en el espejo. ¡Perded ese hábito!
es una costumbre ridícula, sobre
todo en vuestro caso.
¡Ah, dejad que me mire en el espejo!-
exclamó el pequeño, - por
cierto que no es por vanidad.
-Dejadme en paz, no tengo ninguno en mis
bienes; mi mujer tiene un espejito, pero
no sé dónde lo esconde.
Pero si os tenéis que mirar en el
espejo, pues, al otro lado de la calle vive
Urbano, el barbero, él tiene un espejo
dos veces más grande que vuestra
cabeza; miraos ahí y, ahora, buenos
días.-
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