"Ja, 
                                      ich habe in einer Schachtel bei einer Jungfrau 
                                      gewohnt", sagte die Stopfnadel, "und 
                                      die Jungfrau war Köchin; sie hatte 
                                      an jeder Hand fünf Finger, aber etwas 
                                      so Eingebildetes wie diese fünf Finger 
                                      habe ich noch nicht gekannt, und doch waren 
                                      sie nur da, um mich zu halten, mich aus 
                                      der Schachtel zu nehmen und mich in die 
                                      Schachtel zu legen." "Glänzten 
                                      sie denn?", fragte der Glasscherben. 
                                      "Glänzen!", sagte die Stopfnadel, 
                                      "nein, aber hochmütig waren sie! 
                                       
                                      Es waren fünf Brüder, alle geborene 
                                      Finger, sie hielten sich stolz nebeneinander, 
                                      obgleich sie von verschiedener Länge 
                                      waren. Der äußerste, der Däumling, 
                                      war kurz und dick, er ging außen vor 
                                      dem Gliede her, und dann hatte er nur ein 
                                      Gelenk im Rücken, er konnte nur eine 
                                      Verbeugung machen, aber er sagte, daß, 
                                      wenn er von einem Menschen abgehauen würde, 
                                      der dann zum Kriegsdienste untauglich sei. 
                                      Der Topflecker kam in Süßes und 
                                      Saures, zeigte nach Sonne und Mond, und 
                                      er verursachte den Druck, wenn sie schrieben; 
                                      der Langemann sah den andern über den 
                                      Kopf; der Goldrand ging mit einem Goldreif 
                                      um den Leib, und der kleine Peter Spielmann 
                                      tat gar nichts, und darauf war er stolz. 
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-Sí, 
                                      yo viví en un estuche de una doncella 
                                      -dijo la aguja de zurcir-; y la señorita 
                                      era cocinera; tenía cinco dedos en 
                                      cada mano, pero nunca he visto nada tan 
                                      engreído como aquellos cinco dedos; 
                                      y, sin embargo, toda su misión consistía 
                                      en sostenerme, sacarme del estuche y indietrome 
                                      a meter en él. -¿Brillaban 
                                      acaso? - preguntó el casco de vidrio. 
                                      -¿Brillar? -exclamó la aguja. 
                                      -No; pero eran presuntuosos.  
                                      Eran cinco hermanos, todos dedos de nacimiento. 
                                      Iban siempre juntos, a pesar de que ninguno 
                                      era de la misma longitud. El de más 
                                      afuera, se llamaba «Pulgarcito», 
                                      era corto y gordo, estaba separado de la 
                                      mano, y como sólo tenía una 
                                      articulación en el dorso, sólo 
                                      podía hacer una inclinación; 
                                      pero afirmaba que si a un hombre se lo cortaban, 
                                      quedaba inútil para el servicio militar. 
                                       
                                      Luego venía el «Lameollas», 
                                      que se metía en lo dulce y en lo 
                                      amargo, señalaba el sol y la luna 
                                      y era el que apretaba la pluma cuando escribían. 
                                      El «Larguirucho» se miraba a 
                                      los demás desde lo alto; el «Borde 
                                      dorado» se paseaba con un aro de oro 
                                      alrededor del cuerpo, y el pequeño 
                                      «Pedro Juegahombre» no hacía 
                                      nada, de lo cual estaba muy orgulloso.    |